Viaje Misionero A Chile. Misiones Marzo.
- Laura Bobadilla
- 12 mar 2019
- 7 Min. de lectura

Desde marzo del 2018, por varias circunstancias que pasé, Dios puso en mi corazón el deseo de ir a un viaje misionero. Pidiendo consejo y autorización, Dios me guío a ir al país de Chile en diciembre del mismo año.
Fue un proceso un poco largo y lento. El trámite del pasaporte, por algunas razones, fue un tanto complicado, pero Dios me enseñó mucho a partir de esa situación.
Antes de ir al viaje, vinieron tiempos difíciles, tiempos de desánimo e inseguridad. Mi oración siempre era: “Dios, si es Tu voluntad, permite que yo vaya” y mi mayor temor era el que yo fuera a ese viaje sin que fuera la voluntad de Dios.
Con el tiempo y, conforme avanzaba el proceso, veía la mano de Dios obrar, Él proveyó de una manera increíble, el pasaporte me lo entregaron al segundo intento de tramitarlo y sólo puedo decir que Dios abrió las puertas, permitió que yo fuera a Chile y estoy segura de que esa era Su voluntad.
Después de un proceso largo de trámites, llegó la emoción del viaje. Recuerdo los últimos días en mi casa, quizá con un poco de tristeza porque sabía que habría una separación de mis seres queridos por algunos días, pero emocionada por ver lo que Dios haría en ese hermoso país, estaba a la expectativa de aprender cosas nuevas y, sobre todo, experimentar mi fe y servicio a Dios de una manera muy distinta.
El viaje era algo largo, todo comenzó en San Luis Potosí; de ahí viajábamos en auto hasta la Ciudad de México (5 horas aproximadamente) donde tomaríamos un vuelo a Santiago de Chile (aproximadamente 8 horas de vuelo) y de ahí tomaríamos otro vuelo de Santiago a Puerto Montt (un vuelo de 2 horas aproximadamente); habían organizado todo para estar sólo un par de horas en el aeropuerto de Santiago y después salir hacia Puerto Montt, pero nuestro vuelo hacia Puerto Montt fue retrasado y pasamos como 8 horas en el aeropuerto. Al principio fue un poco frustrante, pero gracias a Dios pudimos conocer gente de otros países, compartirles el evangelio y pasar un buen tiempo de convivencia entre nosotros.
Después de un día y medio de viaje llegamos a nuestro destino final, Puerto Montt.
Recuerdo el recibimiento que tuvimos de parte de nuestros queridos hermanos chilenos, sin lugar a duda, nos hicieron sentir como en casa.
Al día siguiente comenzó el trabajo, y puedo decir que en este día fue uno de los días donde Dios más incrementó mi fe y comprendí que nada se trataba de mí, sino todo se trataba de Él.
Nos explicaron cómo había que trabajar, algunos consejos para poder entablar una buena conversación con los chilenos, como presentarnos y algunas cosas por el estilo. Así que después de esa pequeña capacitación salimos a ganar almas por la mañana, y empezamos a tocar puertas, pasaba el tiempo y la gente no salía o estaba muy ocupada para escuchar. Regresamos a la Iglesia un poco tristes y cargados, ya que habíamos estado varias horas ganando almas y la respuesta había sido casi nula, recuerdo que tomamos un tiempo para orar y examinarnos cada uno de manera personal, “ponernos a cuenta con Dios” y pedirle de Su Gracia. Por la tarde, salimos a ganar almas a otro sector y todo fue distinto, desde la primera casa que toqué salió una jovencita llamada Génesis y fue salva por la gracia de Dios, y así, conforme pasaba el tiempo y teníamos contacto con las personas, ellas eran salvas y, ese día, en esa tarde, pude ver a 7 personas salvas. Le agradecí tanto a Dios por Su misericordia y por cómo había incrementado mi fe ese día.
Sin lugar a duda, cada día tuvo algo especial, pero si escribo todo creo que jamás acabaría, así que sólo escribiré algunas situaciones que Dios me permitió vivir.
A los pocos días de trabajo, otra señorita hizo contacto con unos niños y un día la acompañé a visitarlos, conocer a sus Padres e invitarlos a la Iglesia. Cuando llegamos a la casa conocí a 6 preciosos niños, llenos de amor y ternura y a su mamá, quien era una mujer joven y seria pero amable, comenzamos a platicar con ella y, en un instante, comenzó a llorar y nos platicó un poco de su historia y de algunas situaciones por las que estaba pasando, la otra chica se quedó callada y lo único qué pasó por mi mente fue “cuéntale tu historia” así que le compartí un poco de mi testimonio y no pude evitar el comenzar a llorar, nos demoramos una hora en esa vista, los demás jóvenes estaban ya un poco preocupados porque ya había pasado la hora de reunión así que nos despedimos y fuimos al punto de reunión, nos subimos a los vehículos y fuimos a otra área, en el trayecto yo no podía dejar de llorar, pasaban tantos pensamientos por mi cabeza, me sentía tan incapaz e indigna pero a la vez afortunada y bendecida. Sólo podía pensar en esa familia que acababa de conocer, y en mi mamá, y en todo lo que habíamos pasado, que yo solamente le dije a Dios: “Dios, ya estoy aquí, sé que no soy digna que me uses, pero por favor úsame, ten misericordia”.
Ese día concluyó, pero a partir de ese momento, todo cambió.
Conforme pasaban los días, veíamos gente salva y gente ir a la iglesia. Había días donde todo el día estaba lloviendo, pero Dios fue bueno y veíamos gente dispuesta a escuchar el evangelio a pesar de la lluvia, el viento y el frío.
Después de tres semanas, una parte del equipo misionero regresó a México y sólo nos quedamos 7 personas a trabajar por otras tres semanas, y creo que, en ese tiempo, fue donde más pude aprender.
Muchas cosas cambiaron desde llegar a la hora del almuerzo y no ver una mesa para 22 personas sino una con 7 lugares, y hasta ir a ganar almas con un equipo más pequeño.
Los últimos días estuvimos evangelizando en un área nueva. Un día, empezamos a ganar almas y hacía mucho frío, la verdad yo me sentía cansada, pero estaba convencida de que no podía invertir mí tiempo en algo mejor. Conforme pasaba el tiempo, nadie abría. Después de algunas horas junto con otros dos de mis compañeros, nos juntamos y nos preguntábamos unos a otros “¿Cómo nos estaba yendo?” A lo que los tres respondimos que nadie nos había abierto, así que, decidimos pararnos en una esquina y orar. Cada uno le pidió a Dios que hiciera un milagro y que pudiéramos tener la bendición de ver a una persona salva. Terminamos de orar y volvimos a empezar a tocar puertas, y no, la gente no salía, cruzamos la calle y seguimos, yo empecé a tocar fuera de una casa y en ese momento pasó una señora, le saludé y le pregunté que si le podía regalar un folleto a lo que ella respondió que sí y, en lugar de que ella siguiera caminando, se quedó parada y me vio, después le pregunté que si se lo podía explicar, a lo que ella respondió que estaba buscando “arrienda”, en el momento yo no entendí y le volví a preguntar que si me regalaba 10 minutos de su tiempo y ella contesto que sí. Comencé a hablarle del plan de salvación y, al momento de hablar sobre el amor de Dios, ella comenzó a llorar, y me comentó que su esposo la había corrido de su casa, y que ella se sentía rechazada y odiada; yo me quebranté y le expliqué sobre el amor de Dios lo mejor que pude y ella fue salva. Cuando estaba de concluir, recibió una llamada, comenzó a conversar y le preguntaron qué en donde estaba y que qué era lo que estaba haciendo, a lo que ella respondió: “Estaba buscando arrienda, pero una joven mexicana me encontró y me enseñó que Dios me ama y ahora soy una nueva criatura y soy hija de Dios.” Cuando escuché eso, mis ojos se llenaron de lágrimas y solamente pude agradecer a Dios. Concluyó con su llamada y la invité a la Iglesia, nos despedimos y después me encontré nuevamente con mis dos compañeros; ellos también habían hablado con personas que estaban pasando por tiempos difíciles, y sólo pudimos agradecer a Dios por Su misericordia y bondad.
Un día después, tocando en un área de apartamentos, toqué una puerta y salió un señor joven, me permitió regalarle un folleto y explicárselo, él me decía que Dios no era tan bueno como yo creía, que él había perdido a su padre cuando era un niño y que eso no era algo que una persona buena hacía. Así que le platiqué un poco de mí, lo que había pasado, y como Dios había sido bueno todo el tiempo conmigo y, cuando él comprendió el amor de Dios y el sacrificio de Jesús, se quebrantó y le pidió a Jesús que le salvara. Al final de la oración, con una gran sonrisa en su rostro, me dijo “¡No iré más al infierno, ahora iré al cielo, es muy grande el amor de Dios!” Después de dos semanas él fue a la Iglesia.
Este viaje misionero por completo cambió mi perspectiva de lo que misiones y trabajar en el ministerio se trata; ahora más que nunca, admiro a cada misionero, aunque yo sólo estuve un mes y medio fuera de mi país, es increíble cómo uno extraña a su familia, Iglesia, amigos, país, cómo las cosas que a uno se le hacen tan normales en su casa, cuando uno está fuera, las extraña tanto y anhela tenerlas, y cómo muchas veces lo único que uno siente es cansancio y se siente rebasado por las situaciones que uno vive o que le cuentan las personas.
Pero nada se compara con el gozo de ver a una persona aceptando a Jesús, que después de la oración veas a la persona con una sonrisa en su rostro y, algunas veces, lágrimas en sus ojos porque entendió el amor de Dios y le cambió el destino eterno que ahora tiene su alma.
Este viaje también me ayudó a comprender que Dios siempre tiene un plan perfecto y que Sus tiempos siempre son los correctos, muchas veces yo le preguntaba ¿Por qué Dios? ¿Por qué a mí? Pero al ver cómo lo que Dios me ha permitido vivir de alguna manera puede ayudar a otras personas, me hace sentir tan privilegiada por todo lo que Dios me ha permitido pasar y solamente le puedo agradecer.
No tengo la menor duda de que no ha habido nada mejor que haber entregado mi vida a Dios y servirle, y es lo que quiero hacer el resto de mi vida, que cada persona es importante y especial, que muchas veces nos podemos sentir cansados e incapaces, pero todo es por Dios y para Él.
Dios fue bueno en este viaje y sé que lo seguirá siendo.
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